Andrés Herraiz | Psicología Valencia
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¿Es la
autoexigencia una condena?

  ¿Es la </br>autoexigencia una condena?

¿Es la autoexigencia una condena? a priori, la autoexigencia, la responsabilidad o el perfeccionismo, pueden considerarse atributos o valores positivos, aunque, mal gestionados, nos pueden acarrear algunos inconvenientes…

<<La autoexigencia o el perfeccionismo>>, pueden suponer una lucha eterna por alcanzar unos estándares o ideales, que muchas veces o en la mayoría de ocasiones, resultan inalcanzables.

Aprende a identificar el origen de tu malestar…

Un aprendizaje envenenado

Aunque existen rasgos de personalidad, o una cierta predisposición, sin duda, el entorno, el contexto y en definitiva el ambiente, juegan un papel determinante en el proceso de aprendizaje.

Lo cierto, es que las presiones forman parte de nuestra vida. Estamos rodeados y expuestos a un montón de mensajes que nos conducen a mejorar, a superarnos constantemente en todos los ámbitos de nuestra vida (estudios, trabajo, relaciones, autoimagen…).

<<Crecemos bajo la premisa de la autoexigencia y la imposición tirana de convertirnos en nuestra mejor versión>>

En la escuela, el nivel de exigencia resulta muy elevado, esto suele ir acompañado, muchas veces, de las presiones que recibimos en casa y la sobrecarga de actividades o tareas para «facilitar» este proceso de preparación para la vida adulta.

Desde pequeños, se nos orienta a enfocarnos en los resultados, a compararnos, a destacar, a impregnarnos de la cultura del esfuerzo y del sacrificio.

Este discurso, normalmente, no solo descuida la importancia de la parte emocional, sino que nos crea unas expectativas, que muchas veces, nos acaban generando frustración, malestar y una presión que resulta difícil de gestionar.

Un estilo de vida que forma parte de nosotros

Es cierto que los ritmos de vida cada día son más intensos, la sociedad es más demandante, el mercado laboral más competitivo y exigente, por lo tanto, la presión aumenta. Hemos aprendido a vivir con ansiedad.

Tanto es así, que acabamos interiorizando el <<discurso del sacrificio y la meritocracia>> como una forma de vida, como parte de nuestra identidad.

Asumimos estas presiones como parte de la «normalidad», pero, muchas veces, esto nos conduce a asumir unos niveles de estrés, que resultan difíciles de tolerar.

Trampas

Nos culpamos, incluso nos enfadamos por sentirnos mal, pero una vez identificadas las causas que nos llevan a sentirnos así, nos cuesta estar dispuestos a hacer cambios o renuncias, porque interpretamos que esto supondría descuidar nuestra autoimagen de persona eficiente y productiva.

Socialmente, hemos creado una imagen que goza de cierto reconocimiento y aprobación, y bajar el nivel de presión o exigencias, podría suponer bajar la guardia, algo que no nos podemos permitir…

A veces, de un modo inconsciente, queremos «estar bien» para continuar haciéndonos más daño, pero, «estar mal» no es el problema en sí, sino más bien el indicativo de que conviene hacer cambios.

Nos enfocamos en el problema, pero no nos permitimos conducirnos a la solución, porque muchas veces, esto supone cuestionar un estilo de vida con el que hemos crecido.

Nos preocupa mejorar

  • Trabajo
  • Relación de pareja
  • Autoimagen
  • Reconocimiento
  • Rendimiento

Debemos prestar atención

  • Relación con nosotros mismos
  • Autoestima
  • Tolerancia a la frustración
  • Flexibilidad
  • Aceptación

Miedos adquiridos

Lógicamente, a lo largo de este proceso llamado aprendizaje, hemos adquirido muchos miedos, como el miedo a «fracasar» o a perder el trabajo…

Muchas veces, estos mismos miedos, nos paralizan, dificultan o limitan hacer cambios reales o efectivos.

Memoria selectiva de la información

Un sesgo de la información recurrente, es hacer una lectura selectiva de la misma, normalmente, destacando los aspectos más negativos y atenuando u obviando aquellos otros positivos.

Esto tiene repercusión en todas nuestras áreas de desarrollo (trabajo, relaciones sociales, personalidad…)

Nos empeñamos en buscar evidencias de que algo realmente no funciona como debería, pero ver únicamente el lado negativo de todas las cosas, es un mecanismo de autoprotección que no funciona.

«La culpa»

Por si esto fuera poco, encima nos culpamos de casi todo lo que nos sucede, hasta por sentirnos mal. Tendemos a culpabilizarnos y a asumir más responsabilidades de las que nos pertenecen, lo que nos conduce a una profunda insatisfacción.

Repetición del mensaje

Por más que nos repitamos un mensaje, no se convierte en realidad, pero con toda seguridad, el daño será mayor.

De una manera más o menos consciente, tendemos a darnos unos mensajes especialmente negativos, si estos se repiten a lo largo del día, las probabilidades de hacernos daño y de sufrir, efectivamente, serán mucho más altas..

Necesidad de reconocimiento/aprobación

Todos tenemos cierta necesidad de reconocimiento/aprobación, pero esto puede llegar a resultar muy limitante, cuando nuestro bienestar pasa a depender de los mensajes que nos devuelvan los demás.

Constantemente sentimos la necesidad reafirmar nuestra imagen, por la que tanto hemos peleado o nos ha costado conseguir en busca de la validación, aprobación o reconocimiento.

Pero si la validación externa, se convierte en nuestra única fuente de reconocimiento, nuestra autoestima, pasa a depender de las valoraciones de los demás, algo poco o nada recomendable.

Productividad 24/7

Este punto, muchas veces supone un mantenedor del problema, y es que es muy frecuente que dentro de este perfil, tengamos una muy baja tolerancia a desarrollar cualquier tipo de actividad no productiva.

Incluso, identifiquemos esta conducta como algo particularmente positivo, cuando no lo es en absoluto. Esto mantiene la creencia de que siempre tenemos que ser productivos, algo que lógicamente, es completamente irrealista.

Anticipación catastrófica

Nos cuesta estar ubicados en el presente, muchas veces, rememoramos el pasado o anticipamos el futuro.

Tendemos a anticiparnos e imaginar eventos catastróficos, que no han ocurrido y puede que no lo hagan jamás, pero esto nos hace sentirnos vulnerables y refuerza constantemente la creencia de que algo malo va a pasar

Necesidad de control

Uno de los principales riesgos, de asumir que debemos controlar todo lo que sucede a nuestro alrededor, es que básicamente, esto es imposible, por lo que las posibilidades de sufrir innecesariamente serán realmente elevadas.

Esto resulta un problema en la medida que sentimos que aparecen nuevos frentes y no tenemos recursos suficientes para afrontarlos, nuestro universo se convierte en un auténtico caos.

Mientras nos enfocamos en que «todo salga bien«, «estar a la altura» y en controlar nuestro entorno, descuidamos nuestro autocuidado personal y bienestar emocional.

Nos sentimos incapaces de tomar decisiones para controlar este mundo que empieza a ocasionar incertidumbre y descontrol.

El exceso de control puede general descontrol y resultar francamente peligroso

Baja tolerancia a la frustración

No nos permitirnos fallar y desarrollamos una escasa tolerancia a la frustración, lo cuál puede resultar un aprendizaje francamente nefasto, ya que a la mínima que sintamos que algo escapa de nuestro control o no sale como teníamos planeado, las probabilidades de sufrir y sentirnos colapsados serán muy elevadas.

Expectativas irrealistas

Si nuestro nivel de exigencias, así como nuestras expectativas, es demasiado elevadas, las probabilidades de sentir que estamos defraudándolas, en consecuencia, serán mucho mayores,

A veces, todas estas exigencias pueden llegar a paralizarnos, o a hacer que constantemente nos sintamos decepcionados con nosotros mismos, entrando en un bucle difícil de cortar.

Disonancia cognitiva

Nos desagrada el estilo de vida que hemos adoptado, ya que no nos sentimos cómodos ni representados, pero nos sentimos incapaces de cambiarlo, ya que supondría cuestionar el mundo que hemos construido y nuestro sistema de creencias.

«El estrés me está afectando, pero no quiero renunciar a asumir ciertas responsabilidades…»

Hemos adquirido un sistema de creencias que forma parte de nosotros y aunque existan contradicciones claras, nos cuesta abandonar el discurso del sacrificio, meritocracia y la productividad.

Tanto es así, que caemos en una trampa peligrosa y bajar el nivel de exigencias o replantear nuestras expectativas, supondría tolerar una incomodidad, que sería difícil de soportar. Esto hace que las probabilidades de estar mal, nuevamente, sea realmente altas.

El discurso de sacrificarse hoy para estar bien mañana, puede no tener fin, ya que tenemos control sobre el ahora pero no sobre el mañana.

El sufrimiento y el coste adicional de las preocupaciones, nadie lo va agradecer, ni recompensar

El concepto de justicia

Culpa y autoexigencia

Aunque no tengamos toga y seamos legos en derecho, nuestra capacidad de impartir justicia parece ilimitada, siendo los veredictos más duros los que emitimos contra nosotros mismos.

Nos acabamos convirtiendo en unos auténticos tiranos. Por si esto fuera poco, nos sentimos culpables de nuestro propio malestar, porque pensamos que nuestras emociones, se convierten en un obstáculo en la carrera para convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos.

Pensamientos

El pensamiento más característico asociado a un alto nivel de exigencias, es «no es suficiente«.

Estos pensamientos, se suelen caracterizar por el pensamiento obsesivo y la rigidez cognitiva

Estos sensaciones, se acentúan ante situaciones que escapen de nuestro control, dónde el sentimiento de decepción y el desgaste emocional, pueden resultar verdaderamente agotadores e invalidantes.

Esto puede llegar a provocar una verdadera distorsión de nuestra autoimagen, además de una merma significativa de nuestro estado de ánimo.

Sensaciones

Con este caldo de cultivo, no es extraño que las sensaciones no sean las mejores…

El sentimiento de decepción, frustración o ineficacia se convierte en una constante vital, que nos acompañe y se generalice en todos los ámbitos de nuestra vida.

Es probable que nos sintamos abrumados, tengamos sensación de colapso, frustración, desgaste emocional, minusvalía o el conocido síndrome del impostor.

«Yo» mi mejor enemigo

Seguramente no es la primera vez que escuches esto, pero, ¿te habías planteado la parte de responsabilidad real que tenemos en todo esto?

Uno de los principales problemas, no es lo que pasa, sino lo que interpretamos que esto puede implicar, y cómo creemos que deberíamos actuar.

Muchas veces, esto, nos hace mantener un nivel de alerta y asumir un nivel de responsabilidad que no debiéramos.

Consecuencias

Pero esto, puede tener importantes repercusiones y consecuencias en todos lo ámbitos de nuestra vida:

Personal
  • Relaciones sociales
  • Relaciones familiares
  • Relaciones personales
  • Relaciones laborales
Emocional
Laboral
  • Incapacidad de delegar
  • Dificultad toma decisiones
  • Dificultad cerrar tareas
  • Aprobación externa
  • Baja productividad
  • Síndrome del impostor

Todo esto, puede derivar en una elevada insatisfacción, suponiendo una pérdida del interés, estrés, ansiedad generalizada, dificultades del sueño, baja autoestima o incluso depresión.

Un elevado nivel de exigencias nos puede conducir al cuestionamiento permanente e instaurarnos en la duda ante cualquier evento y en cualquier ámbito de nuestra vida.

A más exigentes seamos con nosotros mismos, más probabilidades tendremos de serlo con nuestro entorno y por lo tanto, de sentirnos defraudados con él.

Esto puede suponer problemas tanto a nivel personal, como en las propias relaciones; laborales, sociales e interpersonales, ya que estas exigencias, también serán hacia los demás.

Conclusiones

Necesitamos aceptar que «estar mal» no es es el problema, sino, más bien es parte de la solución.

Deja de presionarte, no se trata de enfadarnos con nosotros mismos, pelear o luchar con nuestras emociones, <<no somos guerreros ni luchadores>>, se trata de aprender a entenderlas sin juzgarlas y aceptarlas de un modo amable y compasivo.

Ser la mejor versión de nosotros mismos en todos los ámbitos, puede resultar una tarea verdaderamente agotadora, además del origen de una profunda insatisfacción y malestar.

-Es cierto, que este discurso basado en la meritocracia nos invita a pensar que a más esfuerzo y sacrificio mayor será la recompensa y de algún modo, esto puede tener una correlación. El problema es que no siempre será así, o bien la recompensa puede no llegar o si llega, no la sabemos valorar.

-Efectivamente, la autoexigencia puede resultar una condena, en la medida que sentimos que cuando no nos estamos presionando, lo estamos haciendo mal.

-Si mezclamos un alto nivel de autoexigencia y perfeccionismo, con una nula tolerancia a la frustración, la capacidad de hacernos daño y de sufrir puede ser ilimitada.

-Si inevitablemente no somos capaces de ser más compasivos con nosotros mismos, replantearnos nuestro sistema de vida y valorar otros aspectos importantes, podemos enfrentarnos a problemas muy serios.

-Plantear cambios reales, aprender a ser más flexibles y amables con nosotros mismos, priorizando la relación con nosotros mismos así como nuestra salud mental.

Asumir estos niveles de presión, no te protege en ningún caso, sino que más bien todo lo contrario.

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Andrés Herráiz

¡Hola! Mi nombre es Andrés Herraiz, estudié psicología en Valencia y posteriormente seguí ampliando mi formación en la universidad Santiago de Compostela, con la que he colaborado en eventos de difusión científica.

Actualmente, trabajo en mi propio centro Andrés Herraiz – Psicología Valencia, dónde me ocupo personalmente de ofrecer un servicio cercano y de calidad, destinado por y para las personas.

Periódicamente suelo publicar artículos relacionados con temas de salud mental y bienestar emocional en mi blog, si te interesa el contenido, y quieres pasarte por aquí, serás bienvenido/a.

Si quieres conocer un poquito más sobre mí, puedes visitar el apartado sobre mí de la web.

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Estoy ubicado entre Benimaclet y Primado Reig, a 2 min de la parada de metro, el club de tenis y los Jardines de Viveros.

Ofrezco tratamiento psicológico de adultos y adolescentes, problemas de pareja, derivados del trabajo y asesoramiento a familias, desde una orientación en terapia cognitivo conductual.

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